viernes, 19 de octubre de 2012

Un rececho fotográfico en Sierra Tejeda


Una madrugada, subo de noche el Cerro del Mosquito en Sierra Tejeda. Tenía que hacerlo de noche para que la subida tan brusca que hay no se me hiciera muy dura, y también llegar clareando el día a las querencias de los machos. Hago un descanso para la primera ojeada con los prismáticos, y observo cómo un grupo de machos se va careando buscando la solana. Varios de ellos parecen tener once o doce años. Uno me llama la atención más que ninguno, aunque está lejos y todavía a la sombra parece que su cornamenta es diferente a la que hay en esta sierra.

Los pierdo de vista, pues han girado buscando la solana. Me preparo para seguir subiendo,  ya con los prismáticos colgados para mirar en cada asomadilla. Continúo subiendo hasta dominar la ladera que las monteses han tomado. Busco un sitio cómodo, pues seguramente voy a pasar un buen rato en él. Sin despojarme de la mochila, ya que esta abriga cuando la espalda está mojada, empiezo a otear todas las lomillas y barrancos, y veo numerosas cabras y grupos de machos de tres o cuatro años. Pero los que vi por la mañana temprano no están, a pesar de que con el ritmo que llevaban no se podían haber quedado atrás, tenían que estar por aquí. En la sierra, a veces cambiar unos metros de lugar significa ver infinidad de rincones que no veías antes.



Miro y remiro una y otra vez, y como si se tratara de una señal, con un espejo al sol, veo el brillo de una cornamenta salir por encima de las esparteras. El macho está tumbado y parece que está solo. Se levanta y cambia de posición. Ahora casi lo tengo de frente. Sin apartar la vista de él, no veo más, pero a su alrededor hay terreno agreste que no puedo ver. Hay unos trescientos o cuatrocientos metros, y el lugar tiene una mala entrada para acercarme con la cámara y ponerme a treinta o cuarenta metros. Además, un macho tendido oye muy bien y observa mucho, por lo que decido hacer un sonido con el "pitico". Lo oye a la primera y mira buscando de dónde viene el ruido. Se tranquiliza, y a los pocos minutos vuelvo a hacerlo sonar. Consigo mi primer propósito: el macho se pone de pie. Quiere saber de dónde viene el ruido, que imita a un macho cuando está en celo, por lo que sigue acercándose sin apercibirse del engaño. Me escondo por completo, ya que está a unos cincuenta metros de mí. No me puede ventear. Pasan unos minutos y me incorporo de nuevo. Lo veo comiendo tranquilamente, y decido acercarme, ya con la cámara y el trípode montados. Me voy resbalando poco a poco cada vez que el macho agacha la cabeza para comer. A veces intuye algo, quizá por el revoloteo de un pájaro, pero no me ve. Sigo acercándome. Es el momento. El macho está comiendo gamón. Tiene la cornamenta muy abierta, con mucha distancia en las puntas, más de lo normal. Sólo había visto algo parecido en Cazorla. La distancia entre él y yo ya debe ser de treinta metros, o incluso menos. Hago varias fotos. Al oír el clic de la cámara, mira con un bocado de gamón. Me quedo inmóvil, y quizá sólo ve la cámara y algo del trípode. Sigo agachado. El macho debe de seguir comiendo porque no he oído ningún ruido de estampida. Unos minutos después empiezo a levantar poco a poco la cabeza, y veo que el macho se junta con tres más, uno de ellos de su talla. Consigo fotografiarlos a todos.



Hoy ha sido un rececho placentero, con éxito. Después vendrán más días donde volví de nuevo al Cerro del Mosquito y al Barranco Hondo, para buscar de nuevo al macho.

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